The Queen’s Gambit: Review
Netflix y su apuesta por las adaptaciones literarias
Mujeres fuertes, independientes y talentosas, que se animan a romper los paradigmas impuestos por la sociedad de la época en la que les tocó vivir e ir por más.
Comenzaron a recorrer este sendero con Anne with an E y redoblaron la apuesta con The Queen’s Gambit.
Como disparador de la serie: el Ajedrez, un juego considerado de disciplina. Una práctica mental de lógica y estrategia que, lejos de aburrirnos a aquellos que no estamos familiarizados con sus reglas, nos atrapa. Nos introduce dentro del tablero, como si fuésemos una pieza más, queriendo predecir los movimientos que desconocemos, pero deseando, por sobre todas las cosas, ver a Beth ganar.
Como ya anticipamos, la miniserie se basa en el libro homónimo del escritor de cuentos y novelista Walter Tevis, en cuyo trabajo también se basaron las películas The Hustler, The Man Who Fell to Earth y The Color of Money.
La adaptación de Scott Frank de la novela de 1983 se centra en un tema típicamente desplegado en el cine y la televisión como metáfora. Generalmente por escritores maduros y dirigido a un público de igual edad, pero nunca antes veces visto con un target juvenil como objetivo.
Netflix apostó por esta historia, ya que viene haciendo grandes adaptaciones, y quizás tenga en sus manos, una de las mejores series del año.
En The Queen’s Gambit, acompañamos la historia de sufrimiento de nuestra protagonista, la cual se cuenta a través de este juego. Nos presentan la mente atormentada y brillante de una mujer emprendedora y capaz que, sin pretenderlo, termina por desafiar a un mundo de hombres. Aun así, como primera oponente a vencer, se tiene a sí misma y a sus demonios.
Durante el transcurso de los 7 episodios con los que cuenta esta miniserie, vemos el crecimiento y ascenso de Elizabeth Harmon (Anya Taylor-Joy) en el mundo del ajedrez de los años 60. Una época en la que las mujeres eran vistas principalmente como amas de casa y el comunismo era el enemigo a vencer. Esta metáfora incluso se usa al poner como principal oponente de Beth al ruso Borgov.
Beth sufre la pérdida de su madre a los 9 años y queda huérfana, lo que hace que pase la mayor parte de su infancia en un orfanato de Kentucky, un lugar austero donde comenzó su adicción a los tranquilizantes, los cuales eran administrados a los niños como sedantes, para mantenerlos controlados.
Gracias a su acercamiento con el conserje del orfanato es que descubre el ajedrez.
Poseedora de un talento nato, un niña prodigio, aprende a jugar a través de su intuición, observando el tablero y los movimientos que Sr. Shaibel (Bill Camp) realiza. Él, en un principio se resiste a enseñarle las reglas, pero luego la toma bajo su tutela y le transfiere todos sus conocimientos sobre el juego. Incluso, dado que cree en ella, la fomenta a salir del orfanato y comenzar enfrentamientos reales con otras personas del ámbito. Es así como le presenta al entrenador del equipo de ajedrez de la escuela secundaria local y, desde allí comienza su carrera, avanzando a través de las filas hasta convertirse en una gran jugadora.
Ya entrando en la adolescencia es adoptada por una pareja local.
El Sr. Wheatley (Patrick Kennedy) siempre está de viaje y parece que solo adoptó a Beth para brindarle a su esposa otro proyecto con el que mantenerla ocupada, además de beber y tocar, ocasionalmente, el piano.
Cuando él la abandona, Alma (Marielle Heller), forma una conexión frágil con Beth que se fortalece cuando descubre que ganar torneos de ajedrez puede ser bastante rentable.
Allí alcanza su individualidad embarcándose en aventuras junto a Beth, a quién le propone ser su manager para llevarse una tajada de las ganancias. Juntas comienzan a viajar por el país y, luego, por el mundo como madre e hija.
Alma, poco a poco, convierte a Beth en su compañera de bebida. Lo que se suma a su adicción a las pastillas, lo cual continúa acompañándola desde su niñez, y rellenar las recetas de su madre le proporciona un buen suministro propio.
Como mencioné al principio de la nota, es difícil pensar en el ajedrez como un tema atrapante. Especialmente para aquellos que no somos parte de ese mundo y no conocemos las reglas ni entendemos el juego con tan sólo mirarlo. Sabemos que esta disciplina parece estar reservada para mentes brillantes, que pueden pensar un millón de movimientos a la vez, anticipar al oponente y cuentan con un exceso de paciencia. Pero The Queen’s Gambit anula por completo esta opinión ya que convierte el ajedrez no sólo en un tema interesante de ver, sino también emocionante.
En las manos de Beth Harmon, peones, caballos, alfiles, torre, rey y reina son verdaderos guerreros cuyas acciones son imposibles no observar cuidadosamente.
Gracias a una dirección que sabe manejar bien los tiempos narrativos y dosificar hábilmente los momentos de lentitud y montaje frenético, esta serie nunca resulta aburrida ni repetitiva.
Pero no sólo es obra del equipo técnico, Anya tiene las miradas justas para cada momento, todas las expresiones puestas en sus ojos, unos ojos que cautivan, amenazan, son temerosos y, a la vez, despiadados. Observamos las 64 casillas del tablero a través de sus emociones, impresas en su mirada. Resulta una protagonista compleja y convincente capaz de monopolizar su presencia durante los siete episodios. Ella es la que lleva sobre sus hombros toda la trama y quien, gracias a los acontecimientos presentados en pantalla, ofrece una mirada transversal de la América de los años sesenta.
Beth vive con el peso de su propia inteligencia y las responsabilidades que eso conlleva.
Desde que es adoptada, comienza a vivir el ajedrez como un estilo de vida. Está constantemente bajo presión, y, al no tener un rumbo definido, dado su historia de vida; se pierde a lo largo del camino. Es difícil alcanzar la grandeza sin caer en vicios y adicciones en el intento. Mientras trata de aferrarse a su particular habilidad para ver, predecir y vivir el ajedrez, también lucha contra ella misma y sus debilidades: el alcohol y los tranquilizantes.
Algo a destacar es el recurso a través del cual vemos cómo Beth imagina, planea y recrea mentalmente cada uno de los movimientos que realiza durante el juego.
Es visualmente muy atractivo y llamativo cuando desde el techo de la habitación en la que esté, se proyecta un tablero y van apareciendo las piezas, bajando desde él y materializándose, conforme las va pensando. La velocidad con la que se desplazan y vuelven a su posición original para plantearnos todas las posibilidades que no estamos viendo, pero que ella no se está perdiendo. No sólo en los techos sino también sobre el tablero a la hora del juego.
Podríamos hablar de la ambientación y el arte, la recreación de la época es increíble, hermosa visualmente por dónde se la mire, todas y cada unas de las decisiones tomadas, fueron acertadas. Un retrato de la guerra fría que se va viendo reflejada en el vestuario y su evolución a lo largo de los episodios.
También cabe destacar el ajedrez como juego dentro de la pantalla y como, algo que a muchos podría resultarnos estático y aburrido, por no conocer o entender; está tan bien hecho que el verdadero significado de cada juego para Beth queda claro y nos atraviesa. Ya sea batalla espiritual, una curva de aprendizaje, ajuste de cuentas interno, coqueteo ocasional, retirada o resurgimiento en el mundo.
El ascenso de Beth es prácticamente sin fricciones.
Su primera derrota no llega hasta la mitad de la serie. Sus adicciones no la obstaculizan hasta incluso más tarde, para tratarse de una serie que habla de ellas, durante los primeros capítulos por poco olvidamos este detalle. Y, como mujer joven en el mundo dominado por hombres del ajedrez de los 60, prácticamente no encuentra sexismo, mucho menos comportamiento depredador. Los hombres a los que se enfrenta en todos los ámbitos y a veces se ven un poco enojados cuando son vencidos, pero más allá de alguna mención de su género durante algún relato de algún juego ocasional o en las entrevistas de las revistas, no es impedimento ni obstáculo para su desarrollo personal.
Lo que queda claro, y hay que destacar, es que ella lucha contra esta etiqueta que recibe. No quiere que la destaquen ni la mencionen por ser mujer sino por su juego y destacarse en la actividad que realiza, siendo igual a todo el resto de personas que se dedican a lo mismo.
The Queen’s Gambit no es un misterio, ni está enmarcado como una historia deportiva tradicional. Sabemos que Beth va a ganar, si no todos, la mayoría de los partidos que juega. El suspenso no se deriva de los juegos en sí. Viene de cómo gana y por qué.
En la miniserie no hay co-protagonistas sólidos, más bien personajes que acompañan a Beth, quien es el único personaje que se estudia en profundidad. Podríamos hablar de su madre, en quién más énfasis ponen. Mostrándola más como una amiga que como una figura de autoridad. Al liberarse de las ataduras del matrimonio, se muestra como una adolescente, al igual que su hija, explorando sus deseos y siguiendo sus impulsos.
La cámara sigue constantemente a Beth. Su genio, su aguda mirada a la realidad, a menudo distorsionada por las drogas y el alcohol, es la única que tenemos en la historia, no existe otro punto de vista. Tampoco es necesario, porque son sus vivencias a través de sus ojos y la actuación de Anya resulta tan excepcional que realmente nos alcanza para identificarnos y sentir empatía por esta pobre chica que tuvo una vida muy difícil y está tocando fondo, intentando volver a resurgir de sus propias cenizas.
Igualmente tenemos subtramas que acompañan a Beth en el camino y merecen ser mencionadas.
Como su enamoramiento de Townes, quién, sugiere sutilmente ser gay y querer ser sólo su gran amigo. O la circunstancial relación que mantiene con Harry, un profesor al que vence en uno de sus primeros torneos y quien parece estar enamorado de ella. Su acercamiento a Benny Watts, el otro gran ajedrecista juvenil. Antes que ella, fue el campeón nacional y a quién debe vencer, pero termina entrenándola para su torneo en Rusia. Él, junto a un selecto grupo de jugadores, terminan por ayudarla en el enfrentamiento final con Borgov, un adulto con muchos años de trayectoria y quien le ha ganado en uno de sus peores momentos con las adicciones.
Recordemos la secuencia inicial. Beth despierta por los intensos golpes en la puerta, en la bañera de hotel, con resaca. Llega tarde al torneo contra Borgov y pierde. A partir de ahí tenemos un gran flashback hacia su niñez. Vemos cómo falleció su madre y empezamos a atar los cabos para entender cómo llegó hasta ese lugar. Tenemos varios capítulos antes de volver a ponernos al día con esta situación y su intento de recuperarse y ser una nueva Beth.
Entonces, por qué ver la miniserie…
The Queen’s Gambit no es tanto una historia sobre ajedrez como un espectáculo de bondad, crecimiento y superación personal.
Si bien aprendemos sobre las defensas sicilianas y los peones doblados; sobre aplazamientos, aperturas y finales de juego, en ningún momento resulta confuso o poco atractivo. Incluso descubrimos que el nombre de la serie viene de una apertura. La misma comienza con los movimientos: 4C – D5 – C4 y que, el Gambito de la Reina, es una de las más antiguas que se conocen. Es un logro notable que nunca nos resulta inaccesible ni su trama ni lenguaje. Se mueve con elegancia y fascinación, sin alienar a su audiencia a pesar de tocar un tema tan específico.
El director entiende que no tiene sentido posicionar la cámara en el tablero de ajedrez y esperar que la audiencia lo siga. Entonces, en cambio, se centra en los rostros de sus actores y confía en sus emociones para guiar la narrativa. Lo que resulta ser sumamente acertado, si me preguntan.
Algunos de los mejores enfrentamientos son literalmente eso: dos personajes, sentados uno frente al otro, enzarzados en un duelo mental. En algunos de los partidos de mayor riesgo, el tablero de ajedrez ni siquiera se ve. Esa es una decisión de dirección asombrosamente audaz. Si Beth arrincona a su oponente, no lo vemos representado por la caída de una torre, pero lo vemos en los ojos de Anya Taylor-Joy. Aunque de esto ya he hablado antes.
Mientras Beth Harmon toma asiento frente a sus rivales, hombres dignos y arrogantes de todas las edades, levanta la vista del tablero y, con la más breve de las miradas, perfora sus almas con los ojos. Ella ve miedo. Y lo que ven los conmueve: una niña, más hábil de lo que jamás hubieran imaginado. En esos momentos, antes de que cualquiera de los jugadores esté en el reloj, Beth sabe que ha ganado. Y no solo al ajedrez.
Al final, después de llegar a la cima y ganarle al ruso en su propio país, la vemos volver a “sus orígenes”, a la humildad que la caracterizaba de pequeña. Se baja del auto que debe llevarla al aeropuerto, sosteniendo que quiere caminar, como si necesitara disfrutar de ese momento; y termina en una plaza que ya había observado anteriormente, donde adultos mayores se juntan a jugar al ajedrez y se acerca a ellos. Quienes la reconocen y enseguida la invitan a jugar. Quizás porque le recuerdan a Mr. Shaibel, dónde comenzó el camino que la llevó hasta allí…
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Escrito por Camm
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